Hay pocas cosas más complicadas que cambiar una narrativa, una imagen, un relato... que puede no ser cierto, pero se ha instalado en el imaginario colectivo.
Sobre el euro, por ejemplo, desde la crisis de deuda soberana que tuvo lugar entre 2010 y 2015, todos interiorizamos que el mayor peligro para la moneda única estaba en el sur. Un presupuesto más desequilibrado de lo normal en Grecia, un gobierno populista en España, un enfrentamiento con el Ejecutivo italiano por el reparto de fondos... y todo el edificio podía venirse abajo.
Es cierto que hubo momentos en el primer semestre de 2015, tras la llegada de Syriza y Alexis Tsipras al Gobierno, en los que Grecia estuvo a punto de dejar el euro (o ser invitada a marcharse por sus socios). Y como entonces sólo se hablaba de los PIGS, asociamos ruptura del euro con los despilfarradores mediterráneos.
Probablemente era una imagen equivocada. No tanto porque no fuera posible que pudiera volver el dracma. Eso fue una posibilidad muy cercana en la cumbre bruselense del 12-13 de julio de 2015. Lo que se antoja más improbable es que aquello hubiera desatado una voladura completa del euro. Nunca se podrá saber qué habría pasado, pero mi apuesta de historia-ficción es que Grecia habría abandonado la moneda, el país hubiera entrado en una espiral a la argentina (pre-Milei) y el resto de miembros de la Eurozona hubieran continuado su camino, quizás incluso con una unión más reforzada, porque ver que era posible expulsar a alguien del club habría hecho que el resto cumpliera las normas con algo más de disciplina.
A España, Italia, Portugal o Francia, no les conviene NADA que el euro desaparezca
Es complicado que el euro se rompa por el sur por una razón muy sencilla: los países mediterráneos necesitan de la moneda única para su supervivencia. A España, Italia, Portugal o Francia, no les conviene NADA que el euro desaparezca. Porque los costes de financiación de sus enormes deudas se dispararían y harían casi insostenibles sus actuales estados del bienestar, especialmente en lo que hace referencia a las pensiones. Por eso, al final si les obligan a recortes, medidas impopulares o tijeretazos... harán lo que hizo Tsipras: tragarán porque no les queda más remedio.
Siempre he pensado que el peligro para el euro viene del norte. Y no tanto por el debate sobre si a Alemania u Holanda les conviene o no la moneda única. Conozco bien el argumento de aquellos que aseguran que ellos también se han beneficiado de una divisa que se estableció a un tipo de cambio que hizo que aquellas economías fueran muy competitivas y, además, les proporcionó un nuevo mercado (barato y muy accesible) para sus exportaciones. Dicen los que así razonan que el euro ha beneficiado a todos: a los mediterráneos con una financiación más barata; a los frugales del norte, a través del comercio.
Hoy no es el día en discutir si eso es cierto. No estoy al 100% en contra del argumento aunque introduciría matices. Pero en este final de 2024, con unas elecciones en Alemania en unas semanas en las que, por primera vez, un partido euroescéptico tiene posibilidades reales de victoria (lo que se da por hecho es que su resultado será espectacular), lo relevante no es eso, sino que por primera vez se hablará en serio de la posibilidad más real de ruptura del euro, que no es por el sur, sino por el norte.
Mi apuesta siempre ha sido Holanda. Yo creo que será el país que abrirá la caja de Pandora del abandono de la moneda única. ¿Cuándo? Depende de muchos factores, de una crisis de Gobierno a una recesión. Pero diría que es más probable que ocurra a partir de 2030-35, cuando la crisis de las pensiones tensione al máximo las finanzas de los miembros más endeudados de la Eurozona. En cualquier caso, lo peligroso no es sólo que finalmente suceda, sino que pensemos que puede pasar. Y sí, en el caso de los países del norte puede pasar, porque ellos sí pueden permitírselo. Quizás fuera malo para sus economías (eso se vería en el futuro) pero podrían. Los mercados no se cerrarían para su deuda pública ni tendrían que meter hachazos del 4-5% del PIB a su presupuesto. A partir de ahí, abrir una crisis en la Eurozona será tentador para cualquier Gobierno en dificultades.
Es verdad que todo apunta a que la AfD va a tener un buen resultado pero no gobernará. Pero casi diría que es el menor de nuestros problemas. Primero, que se hable de esto ya genera cierta preocupación y hace que sea una baza de presión más creíble que hasta hace unos meses. Digamos que cuando Bruselas presione a partir de ahora, la amenaza nuclear es ligeramente más factible. Por supuesto, nadie hablará de ello, pero ya es una opción lo que antes nadie se planteaba.
Por supuesto, como vuelva el nerviosismo al mercado de renta fija soberana (y ya sabemos que los mercados se mueven por sensaciones no siempre fáciles de comprender o controlar) lo pasaremos muy mal. No seremos los únicos, claro. También en Francia o en Italia encontrarán cada vez más complicado y caro acceder a financiación barata. Un cóctel peligrosísimo, porque llegará, además, en los años en los que más presión sobre el presupuesto ejercerán sus poblaciones, muy envejecidas. Por supuesto, la política no parece que vaya a ayudar, con los partidos euroescépticos subiendo en las encuestas: las formaciones tradicionales y los recién llegados competirán por ver quién promete más. Se vienen años interesantes.
El Gobierno español, mientras tanto, está tranquilo. Como en The Economist les han hecho un artículo diciendo que somos la economía que más crece, no hay de qué preocuparse. Y a mí me da la sensación de que a Sánchez se le está poniendo cara de Zapatero. ¿Recuerdan aquella sesión parlamentaria del 10 de mayo de 2010, la de los recortes a funcionarios y pensionistas? No descarten una similar antes de que termine la legislatura.
Información: Domingo Soriano (Libre Mercado)