Siento cierta tristeza al ver entre los firmantes de ese manifiesto a personas que hasta ahora había tenido en consideración, incluso a algunos que estimo como amigos. Debo reconocer, por el contrario, que no me ha extrañado encontrar otras firmas, estómagos agradecidos o esclavos de viejos complejos. Lo primero que cabe afirmar del escrito es que, independientemente de su línea ideológica, es flojo, muy flojo. Al leerlo me he quedado sorprendido de su levedad. Mi desconcierto, sin embargo, ha disminuido al enterarme que los autores del manifiesto eran Nicolás Sartorius y Manuel de la Rocha.
El manifiesto es una pobre recapitulación del relato victimista del sanchismo. De hecho, podían haber pedido a la Moncloa que se lo redactase, seguro que lo habrían hecho mucho mejor. El documento es tan penoso que casi no se puede rebatir con seriedad. Me limitaré a hacer algunas anotaciones a ciertas afirmaciones sorprendentes. Todo el manifiesto va dirigido a reclamar que no se convoquen elecciones anticipadas, y a que se mantenga la actual coalición hasta 2027. Comienza y acaba de la misma forma, reafirmando el tópico de llamar a esa alianza «progresista».
Es grotesco denominar progresista a un bloque cuando en él se integran el partido de Puigdemont, sucesor de CiU, y el PNV. Basta examinar las actas del Congreso para comprobar cómo ambas formaciones han defendido siempre las posturas más reaccionarias. ¿Quiénes más ultras que los que han dado un golpe de Estado, o quienes pretenden romper la progresividad fiscal, favoreciendo a las regiones más ricas y obstaculizando gravemente la lucha contra el fraude fiscal? ¿Se puede llamar coalición progresista cuando dentro de ella figuran aquellos que se consideran continuadores de ETA y se niegan a condenar el terrorismo que sufrió España en el pasado?
El manifiesto repite con poco acierto el discurso quejumbroso del Gobierno, presentando una oposición montaraz, asilvestrada, próxima al golpe de Estado, cuando aquí los únicos que han dado un golpe de Estado se encuentran en las filas de esa coalición tan progresista. Hablan de conspiración, de Trump, de Bolsonaro, de agresiones fascistas y de no sé cuántas estupideces más, cuando lo único cierto es que fue Sánchez el que, desde el primer momento, en el mismo debate de investidura, estableció un muro, dividiendo en dos a la sociedad española y criminalizando y anatematizando a una de las partes, esto es, a más del 50% de la población.
Ha sido el sanchismo el que ha planteado el debate político como una lucha fanática en la que se pueden emplear los métodos más rastreros y falaces. Se ha mostrado siempre cerrado a cualquier acuerdo con la oposición y se ha limitado a pedir sus votos de manera incondicional cuando los necesitaba y, en el caso de no conseguirlos, a responsabilizarla del fracaso. Difícilmente la oposición se puede comportar con afabilidad si el Gobierno se considera la oposición de la oposición y no duda en emplear juego sucio. ¿Se le puede pedir luego al resto de las formaciones políticas que extremen la elegancia y la cortesía?
Conservadores y reaccionarios en una buena parte se encuentran dentro del bloque gubernamental.
El manifiesto reduce todos los ataques al Gobierno en el círculo de lo que llama «frentes conservadores y reaccionarios». Solo les ha faltado hablar de la fachosfera. El problema radica en que no son todos los que están ni están todos los que son. Conservadores y reaccionarios en una buena parte se encuentran dentro del bloque gubernamental y la oposición al sanchismo es infinitamente más amplia que la de la ultraderecha o la de los fachas.
En este buenismo victimista es risible la queja de que el Senado se opone al Congreso. También se podría afirmar lo contrario, que el Congreso se opone al Senado. Y es que la mayoría en una u otra cámara son de signo político opuesto, cosa normalmente rara y solo explicable porque gobierna, gracias a un pacto contra natura, aquella formación política que no ganó las elecciones.
El manifiesto, al igual que el Gobierno, se instala en el lawfare que ambos han copiado de los golpistas catalanes, y consideran a casi todos los jueces prevaricadores y dispuestos a atacar a este Gobierno. No dudo de que en este colectivo, como en todos los demás, los habrá ineptos, prevaricadores y sectarios, pero no me puedo creer que el sanchismo haya tenido tan mala suerte de que todos ellos hayan ido a parar a los muchos casos judiciales que rodean al PSOE y al resto de la coalición; sobre todo teniendo en cuenta que, dado el sistema extremadamente garantista español, han sido muchos los recursos y denuncias por prevaricación planteados y por lo tanto numerosos los jueces que han tenido que intervenir. Tampoco es posible que los mismos jueces sean buenos e íntegros cuando juzgan al PP o a la Casa real y se les acuse de practicar una cacería cruel e injusta cuando investigan al Gobierno o a todos sus apéndices, incluso familiares.
Por otra parte, parecen reprochar a jueces y fiscales que se manifiesten y hagan una huelga por unas leyes que aún no están aprobadas. Imagino que los firmantes del manifiesto no pretenderían que protestasen después de su aprobación. Además, ¿hay cosa más natural que los jueces reprueben una ley como la de la Amnistía que pide perdón a los golpistas y condena a los tribunales? Y qué decir de la ley Bolaños, que es un ataque a la justicia, que proyecta reclutar a los jueces y magistrados con el dedo (puede verse mi artículo en este digital del 11 de febrero de 2025, titulado Jueces a dedo) y entregar a la Fiscalía las competencias en la instrucción de los procesos, a esa Fiscalía que está totalmente politizada, y que no puede ser independiente,, al haber convertido al fiscal general en un mero apéndice del Gobierno.
Este Gobierno domina a los medios públicos sin ningún pudor ni disimulo, como ningún otro lo ha hecho hasta la fecha.
En el documento, siguiendo miméticamente el discurso que Sánchez pronunció tras sus cinco días de ejercicios espirituales, también le ha tocado el turno a los medios de comunicación. Tal vez en aquel momento el presidente del Gobierno podía esperar que alguien le creyese. Hoy, seguir hablando de bulos, de orgía de falsas noticias, de fangos y cosas parecidas no se sostiene. Casi todo lo publicado, pasado el tiempo, se ha demostrado verdadero, y que las falsedades o las medio verdades estaban en el otro bando, que por cierto controla en mayor medida a la prensa. Este Gobierno domina a los medios públicos sin ningún pudor ni disimulo, como ningún otro lo ha hecho hasta la fecha.
El manifiesto denuncia que los partícipes en la conspiración ocultan por sistema los logros económicos del Gobierno y, a continuación, repite los tópicos que de forma triunfalista maneja el sanchismo. Se nota que no hay muchos economistas entre los firmantes o que a propósito enmarañan y disfrazan la realidad. He escrito varios artículos sobre la materia y más extensamente en mi último libro Tierra quemada publicado en la editorial El viejo topo. Aquí recordaré tan solo algunas variables que para hacer un diagnóstico adecuado conviene tener en cuenta, cosa que no hacen el Gobierno ni los redactores del documento: el crecimiento de la población, la renta per cápita, la productividad, la población activa, el paro oculto, los empleos basura, las horas trabajadas que apenas han crecido desde 2018; los contratos fijos que no son fijos, ya que muchos duran ocho días o poco más; los salarios reales, cuya brecha con la media de la Unión Europea se ha incrementado desde 2018; el aumento de la deuda pública, la aplicación de los fondos europeos, la tasa de pobreza, la política fiscal, basada fundamentalmente en impuestos indirectos. etcétera.
Y puestos a repetir tópicos, en el escrito hablan de la estabilidad política de Cataluña, fruto, tal como afirman, de las medidas de gracia constitucionales, plenamente justificadas, según ellos. Es el sanchismo y, como consecuencia, el documento lo que tergiversa la realidad. Difícilmente se puede hablar de estabilidad en Cataluña cuando los golpistas continúan afirmando que en cuanto puedan repetirán el golpe, y mientras tanto prosiguen exigiendo más y más privilegios a un gobierno que depende de ellos para permanecer.
Difícilmente se puede hablar de estabilidad en Cataluña. Los golpistas continúan afirmando que repetirán el golpe, y exigen más y más privilegios.
Digamos que una cierta normalidad se estableció cuando, por una parte, actuó la justicia y, por otra, se implantó el artículo 155 de la Constitución. Fueron el fracaso del procés y la reacción del Estado, incluyendo las acciones penales, las razones que convencieron a los independentistas de que era necesario esperar tiempos mejores, y mientras tanto conseguir del Gobierno nacional toda suerte de mercedes que les ayuden a no repetir en una segunda ocasión las equivocaciones de la primera intentona.
Las medidas de gracia, al igual que los innumerables regalos que desde el año 2018 se vienen confiriendo al soberanismo catalán, no sirven para pacificar Cataluña. Todo lo contrario. Solo valen para que los independentistas estén más engreídos y vayan imponiendo en esa comunidad sus pretensiones. En realidad, todas las concesiones solo tienen un objetivo: que Sánchez permanezca en el Gobierno.
Si Sánchez no hubiese necesitado de todas las excreciones del Frankenstein para mantenerse en el poder no habría habido ni indultos, ni eliminación del delito de sedición, ni la modificación del de malversación, ni se habría aprobado la ley de amnistía, ni habría relator en Ginebra, ni se hablaría de la condonación de deuda, ni del cupo. En la política española hay un antes y un después de la moción de censura de 2018. A partir de esa fecha, el Gobierno está en almoneda y esclavo de toda clase de chantajes.
La totalidad del manifiesto va dirigida a evitar la llegada de otra mayoría al Congreso y a mantener como sea esta coalición. Es difícil entender tal posición en personas que se consideran de izquierdas e imaginar un Gobierno peor que el actual sometido a golpistas, soberanistas y defensores de los terroristas cuya única finalidad es debilitar el Estado y romper su política redistributiva. La coalición formada es tan antinatural que Rubalcaba con la perspicacia que le caracterizaba la denominó Frankenstein y el Comité Federal del PSOE en 2016, cuando se percató de que ese era el verdadero proyecto de Sánchez, forzó su dimisión.
Los autores del manifiesto pretenden darnos una pobre lección de constitucionalismo. Ya sabemos la forma en que se cambia un gobierno. Pero una cosa es gobernar y otra cosa ocupar la Moncloa. No se gobierna cuando en toda la legislatura no se ha aprobado ni un solo presupuesto, ni para el 2024, ni para el 2025, ni con toda probabilidad se acabará presentando el del 2026. Tampoco parece que se gobierna cuando se tienen graves dificultades para aprobar las leyes, incluso los decretos leyes, y solo se aprueban aquellas que quieren los independentistas.
Es difícil pensar que se gobierna, al menos al estilo europeo, cuando los temas se deciden con un prófugo en Bruselas.
Es difícil pensar que se gobierna, al menos al estilo europeo, cuando los temas se deciden con un prófugo en Bruselas, o con reuniones en Ginebra con un mediador latinoamericano especializado en guerrillas. Y no se gobierna cuando la gestión es un desastre. Valgan como ejemplos el tránsito ferroviario, los aeropuertos, el apagón eléctrico, el ingreso mínimo vital, la seguridad social, el servicio público de empleo, y se podrían citar muchos más.
¿Se puede gobernar rodeado de corrupción? No se trata solo de los procesos de la esposa y el hermano de Sánchez, del fiscal general del Estado, de los dos últimos secretarios de organización del PSOE, y otros muchos más. La corrupción más profunda es la de las instituciones. ¿Puede haber alguna más grave que la simonía política, es decir, la compra de los cargos públicos y en el extremo la compra de la presidencia del Gobierno de forma continuada?
Gobernar así puede ser legal, pero es difícil que se pueda calificar de legítimo y aplaudirlo, por mucho que se tema la alternancia, no creo que sea muy honesto. Pienso que en el futuro muchos de los firmantes se avergonzarán de haberlo hecho.
Información de: Juan Francisco Martín Seco (TheObjective) Ilustración de Alejandra Svriz