El veterano redactor jefe siempre decía lo mismo cuando arreciaban las presiones y las amenazas del Gobierno de turno: «¡Tranquilos, nosotros seguiremos aquí dando noticias cuando todos estos hayan desaparecido! ¡Algún día veremos pasar sus cadáveres por delante de nuestra puerta!»
Tal cual ha ocurrido estos días con el exministro de Hacienda Cristóbal Montoro. ¡Qué capacidad para reunir enemigos! Como a un pequeño Julio César, cuánta gente le estaba esperando. Por eso ha sido inmensamente largo el cortejo de presuntas víctimas, entre ellas compañeros de partido y algunos periodistas, que han despedido al político, festejando y bailando al paso de su féretro, como si se tratara de un entierro africano.
Porque el diablillo Montoro, según el tribunal de Tarragona que le tiene imputado, cobraba presuntamente comisiones a través de una empresa controlada por los suyos (Equipo Económico) para adaptar la legislación gubernamental a los intereses de las empresas que pasaban por caja. Pero, además, amenazaba por distintas vías a los periodistas desafectos que se empeñaban en no reconocer las elevadas virtudes del gran estadista.
Según algunos afectados, tocarle las narices con la publicación de una noticia incómoda, podía tener la más grave de las sanciones: pasar por una arbitraria inspección de Hacienda, esa especie de corredor de la muerte fiscal en la que el contribuyente se desespera cuando descubre que es un rehén sin derechos y que necesita gastarse una fortuna en abogados para intentar demostrar su inocencia.
La obsesión del poder por vigilar a la prensa es intemporal y abarca a todas las ideologías.
Pero el diablillo Montoro no ha inventado nada. La obsesión del poder por vigilar a la prensa es intemporal y abarca a todas las ideologías. Suele ocurrir que en cuanto un partido llega al Gobierno, sus aparatos de propaganda inmediatamente pasan al ataque. Lo quieren controlar todo, la escaleta de los telediarios, las portadas de los periódicos y hasta los casi siempre tibios titulares de las agencias de noticias.
La novedad de los últimos años de gestión socialista es que esa presión, ha dejado de ser sutil, para convertirse en pública y soez, según se han ido multiplicando los problemas judiciales de la familia del presidente del Gobierno. Ahí está la ‘literatura de batalla’ sobre el «fango», los «pseudomedios» y los «pseudoperiodistas» divulgada por el propio líder socialista con el fin de destruir la reputación de los medios que publican noticias adversas a su gestión.
Además, la coacción se ha institucionalizado, convirtiéndose en uno de los ejes prioritarios de la acción del Gobierno a través de un cuádruple eje de acciones: la descalificación de los medios críticos, su intento de estrangulamiento económico, la amenaza de aprobar nuevas leyes que recortan derechos a los periodistas y la conversión de RTVE en una aguerrida trinchera y en el Arca de Noé en el que pacen a cuenta del erario público todas las especies de aduladores del sanchismo.
El ministro Óscar Puente o ese Patxi López respondiendo: «Pero, ¿qué más te da?», al ser preguntado por el caso Tito Berni, o «a ti no te voy a responder nunca nada por racista», son la cara de estos nuevos tiempos de políticas de progreso en el que las más elementales reglas de cortesía han sido suplantadas por la tosquedad, la agresión verbal y la prepotencia del perdonavidas.
El Congreso de los Diputados que llegó a tener en los años 80 del siglo pasado a una corresponsal del diario Egin (cerrado por el juez Baltasar Garzón por ser un instrumento delictivo de la banda terrorista ETA), acaba de reformar el Reglamento de la Cámara únicamente para pararle los pies al peligrosísimo «comando Vito & Ndongo». Perseguir por la calle a quien no quieren hablar, sea político o periodista, tiene más que ver con los escraches importados por Podemos que con el periodismo, pero muchas de las preguntas que el dúo intenta hacer en la sala de prensa del Congreso no solo son atinadas, sino obligatorias.
Pero el control de las preguntas es otro de los frentes en los que se afana tanto el partido como el Gobierno. Cualquiera que siga con atención las ruedas de prensa del Consejo de Ministros o de las Ejecutivas del PSOE verá el reducido número de cuestiones a las que responden y que casi siempre solo se les da la palabra a los mismos medios y a los mismos periodistas.
Además, si la pregunta del periodista no es del gusto del responsable de prensa que controla el evento, es probable que llame a un superior jerárquico en el medio, para advertirle sobre las preguntas y las noticias «de mierda» que hace su redactor. También es probable que alguno lo tenga en cuenta y tome medidas contra su periodista, porque la mansedumbre y el colaboracionismo suelen tener premio.
Es tal la obsesión de este Gobierno con las preguntas, que hay hasta un ministro que cada vez que hace declaraciones (lo que en el argot se llama canutazo) envía por delante a su jefa de prensa para intentar sonsacar a los periodistas y saber previamente qué le van a preguntar.
Pedro Sánchez ha sustituido las ruedas de prensa por declaraciones sin preguntas.
Es un problema que, sin embargo, casi ha resuelto Pedro Sánchez, quien ha sustituido la mayoría de las ruedas de prensa por declaraciones sin preguntas, mensajes de tuit vacíos o largos periodos de silencio. En su comparecencia del pasado lunes en el Palacio de la Moncloa empleó 47 minutos en un monólogo autocomplaciente (en el que dedicó 45 segundos a la corrupción) y después tan solo respondió a cuatro preguntas.
Es una estrategia que históricamente ha conducido al fracaso. La legitimidad perdida no se recupera atacando a la prensa, a los jueces y a la Guardia Civil como hace el último manifiesto de beatos del sanchismo. No hay Gobierno, ni manifiesto capaz de frenar la fuerza de una noticia contrastada o de auto judicial bien fundamentado. Aunque se produzcan bajas y tengan éxitos parciales, es una batalla que tienen perdida. Porque felizmente, en esta parte del mundo democrático, donde las libertades fundamentales aún cuentan, los políticos siempre acaban pasando, mientras la prensa permanece. Luego vendrán otros y el combate empezará de nuevo.
Información de: Paulino Guerra. Ilustración de Alejandra Svriz (TheObjective)